• El Becario – El Eco del Ron

    El aire en el ‘La Sirena’ se había vuelto más denso, no solo por el humo del ron, sino por una tensión palpable. Marien, que hasta entonces había mantenido una expresión de indiferencia, ahora me miraba con una mezcla de exasperación y… ¿alegría? No podía descifrarla. Su sonrisa, apenas perceptible, era como un destello de hielo en la oscuridad. Sentía que la noche prometía ser larga, y que el destino, con una crueldad sutil, estaba a punto de desenrollar una trama que no tenía nada que ver con el sol, la arena y las risas.

    ‘¿Así que, Pedro,’ comenzó Sofía, su voz un hilo de seda cargado de ironía, ‘¿estás considerando seriamente la posibilidad de que tu vida sea un error?’ La pregunta, aparentemente inocente, resonó en la mesa como un trueno. La miré, intentando leer en sus ojos la verdadera intención, pero solo encontré una mezcla de desafío y… ¿satisfacción? Sabía que estaba jugando con mis inseguridades, alimentando mis dudas sobre mi propio camino.

    Pedro, que hasta entonces había permanecido en silencio, tomó un largo trago de ron. ‘Sofía,’ dijo, su voz grave y pausada, ‘eres un depredador. Y yo, un conejo atrapado en tu jaula.’ El comentario, cargado de una amarga verdad, parecía resonar con una frustración que yo también sentía. La idea de que mi vida, con su rutina predecible y sus pequeños placeres, fuera vista como un “error” me dolía, pero también me impulsaba a cuestionar mis propias decisiones.

    Marien, que hasta entonces había permanecido en silencio, interrumpió la conversación con un suspiro. ‘Dejad de discutir,’ dijo, su voz suave pero firme. ‘No os estáis entendiendo. Sofía simplemente quiere que te desplaces.’ Su observación, directa y sin rodeos, me golpeó con fuerza. Era cierto. Sofía estaba jugando a ser la víctima, buscando un conflicto donde no lo había. Pero la pregunta era: ¿por qué?

    ‘¿Por qué, Marien?’ pregunté, mi voz cargada de incredulidad. ‘¿Por qué molestarse en desestabilizar mi vida?’ La mirada de Marien se tornó enigmática. ‘Porque, Pedro,’ respondió, ‘la vida es demasiado corta para desperdiciarla en la rutina. A veces, necesitamos un pequeño caos para recordar que estamos vivos.’ Sus palabras, aparentemente inocentes, me hicieron reflexionar sobre mi propia vida. ¿Estaba yo atrapado en una rutina que me estaba ahogando? ¿O estaba yo simplemente temiendo el cambio?

    Sofía, que hasta entonces había permanecido en silencio, intervino de nuevo. ‘No es un problema de miedo, Pedro,’ dijo, su voz un susurro venenoso. ‘Es un problema de oportunidad. Y tú, mi querido Pedro, estás desperdiciando una oportunidad única.’ Su comentario, cargado de una ambición desmedida, me hizo sentir incómodo. Sabía que estaba tratando de convencerme de que mi vida era un fracaso, y que necesitaba una nueva dirección. Pero ¿debía creerle? ¿O era solo una más de sus manipulaciones?

    Pedro, que hasta entonces había permanecido en silencio, tomó otro trago de ron. ‘Sofía,’ dijo, su voz grave y pausada, ‘eres un depredador. Y yo, un conejo atrapado en tu jaula.’ El comentario, cargado de una amarga verdad, resonó en la mesa como un trueno. La miré, intentando leer en sus ojos la verdadera intención, pero solo encontré una mezcla de desafío y… ¿satisfacción? Sabía que estaba jugando con mis inseguridades, alimentando mis dudas sobre mi propio camino.

    Marien, que hasta entonces había permanecido en silencio, interrumpió la conversación con un suspiro. ‘Dejad de discutir,’ dijo, su voz suave pero firme. ‘No os estáis entendiendo. Sofía simplemente quiere que te desplaces.’ Su observación, directa y sin rodeos, me golpeó con fuerza. Era cierto. Sofía estaba jugando a ser la víctima, buscando un conflicto donde no lo había. Pero la pregunta era: ¿debía creerle? ¿O era solo una más de sus manipulaciones?

  • El Becario – El Juego de las Sombras

    El ron, ya casi agrio, me quemaba la garganta, un reflejo quizás de la tensión que se había instalado entre Marien y yo. Sofía, sentada a una mesa cercana, me observaba con una sonrisa que no llegaba a sus ojos. Era una sonrisa fría, calculadora, como el acero pulido. Me costaba creer que alguien pudiera disfrutar tanto del caos, pero ella, aparentemente, era una experta en ello. ‘¿Sabes?’, dijo, su voz suave pero con un deje de ironía, ‘a veces, la rutina es una jaula dorada’. La frase, tan provocadora, me golpeó como un jarro de agua fría. Marien, que hasta entonces había mantenido una expresión de indiferencia, ahora me miraba con una mezcla de exasperación y… ¿alegría? No podía descifrarla.

    Intenté romper el silencio, ofreciendo un trago de ron a Sofía. ‘¿Y qué es lo que necesitas, exactamente?’, pregunté, tratando de mantener la calma. ‘¿Un poco de caos?’, replicó, con una sonrisa aún más enigmática. ‘No, Pedro, necesitas una experiencia. Alguien que te haga cuestionar todo lo que crees saber. Alguien que te haga sentir… vivo’. Su mirada se clavó en la mía, y por un instante, sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo. Era como si me estuviera leyendo el alma.

    Marien, que hasta entonces había mantenido una expresión de indiferencia, ahora me miraba con una mezcla de exasperación y… ¿alegría? No podía descifrarla. ‘¿De verdad crees que esto es divertido, Sofía?’, pregunté, intentando disimular mi incomodidad. ‘¿O simplemente estás disfrutando de nuestra desorientación?’ ‘La desorientación es un buen comienzo’, respondió, con una sonrisa que parecía más una amenaza que una invitación. ‘Y tú, Pedro, eres un blanco fácil. Un hombre inteligente, pero con una vida demasiado predecible. Necesitas un empujón. Un cambio de escenario’.

    La conversación, que hasta entonces había sido un juego de miradas y silencios, se había convertido en un enfrentamiento directo. Sentía que Sofía estaba jugando con mis nervios, tratando de hacerme dudar de mi propio juicio. Y, para mi sorpresa, estaba empezando a creerle. La sensación de estar atrapado en una red de intrigas se intensificaba con cada palabra que pronunciaba. La sombra de Sofía se alargaba sobre nuestra mesa, como una amenaza silenciosa. Y yo, atrapado en su red, no sabía si estaba a punto de caer o de encontrar una forma de escapar.

    Marien, que hasta entonces había mantenido una expresión de indiferencia, ahora me miraba con una mezcla de exasperación y… ¿alegría? No podía descifrarla. ‘¿De verdad crees que esto es divertido, Sofía?’, pregunté, intentando disimular mi incomodidad. ‘¿O simplemente estás disfrutando de nuestra desorientación?’ ‘¿Sabes?’, dijo, su voz suave pero con un deje de ironía, ‘a veces, la rutina es una jaula dorada’. La frase, tan provocadora, me golpeó como un jarro de agua fría. Marien, que hasta entonces había mantenido una expresión de indiferencia, ahora me miraba con una mezcla de exasperación y… ¿alegría? No podía descifrarla.

  • El Becario – La Obsesión en la Arena

    El sol golpeaba con fuerza, casi cegando. Arena blanca y caliente bajo mis pies descalzos. El sonido de las olas rompiendo contra la costa era una constante, casi hipnótica. El Beach Club, ‘La Sirena’, estaba a tope, un hervidero de cuerpos bronceados y risas estridentes. Marien, con su pelo rubio oscuro recogido en un moño desordenado y ese collar de piezas cuadradas de plata mate que me hipnotiza, bebía un martini sin hielo, observando el ambiente con esa mirada que siempre me ha fascinado: una mezcla de inteligencia, sarcasmo y una profunda melancolía.

    Justo cuando iba a acercarme para pedirle un trago, apareció ella. Sofía. Una explosión de pelo rubio platino, ojos verdes penetrantes y una sonrisa que prometía problemas. Se movía con una confianza desmedida, como si fuera la dueña del lugar. Su mirada se cruzó con la mía, y por un instante, sentí una corriente eléctrica, una vibración que me decía: ‘Esto va a ser interesante’. Marien, notando mi mirada, me sonrió con complicidad, como si supiera exactamente lo que estaba pasando.

    ‘Pedro, ¿qué haces mirando a esa chica como si fuera tu perdición?’ –preguntó Marien, con un tono divertido. ‘Estoy observando el desarrollo de la historia’, respondí, intentando sonar casual, pero mi corazón latía con fuerza. ‘¿Y qué ves?’ –preguntó Marien, acercándose y besándome en la mejilla. ‘Veo una oportunidad’, respondí, sintiendo un escalofrío. ‘¿De qué hablas?’ –preguntó Marien, con una ceja levantada. ‘De la posibilidad de que alguien esté intentando romper nuestra relación’.

    Sofía se acercó a nuestra mesa, con una sonrisa enigmática. ‘Disculpad la interrupción’, dijo, su voz suave pero con un tono que sugería que estaba disfrutando de la escena. ‘He estado observando a esta pareja durante un rato. Son… fascinantes’. Su mirada se posó en Marien, y una sonrisa aún más seductora se dibujó en sus labios. ‘Me encanta ver cómo las cosas pueden cambiar’, añadió, con una mirada que parecía desafiarme. Sentí una oleada de tensión, una mezcla de atracción y desconfianza. Marien notó mi mirada, y me dio un codazo suave. ‘No seas tonto, Pedro’, dijo, riendo. ‘No le hagas caso’.

    ‘La verdad es que he estado pensando mucho en nuestras relaciones’, dije, sintiendo que la conversación se volvía más personal. ‘En cómo las personas se aferran a lo que conocen, incluso cuando saben que no es perfecto’. Mi voz sonaba más grave de lo que pretendía. ‘A veces, la rutina es una jaula’, añadí, sintiendo que la verdad me salía a borbotones. ‘Y a veces, necesitamos romper esas jaulas para poder crecer’. Sofía escuchaba con una expresión de interés, sus ojos brillando con una intensidad que me intimidaba. ‘¿Te refieres a una aventura?’ –preguntó, su voz cargada de provocación. ‘¿O a una ruptura?’

    ‘Depende de lo que uno esté buscando’, respondí, sintiendo que la tensión entre nosotros aumentaba. ‘A veces, lo que necesitamos es un empujón, una sacudida para despertar nuestros sentidos’. Sofía sonrió, su mirada fija en Marien. ‘Quizás’, dijo, ‘necesitas un poco de caos en tu vida’. Sentí que la situación se volvía más complicada, más peligrosa. Sabía que Sofía no era una persona cualquiera. Sabía que tenía un plan, y sospechaba que ese plan involucraba a Marien y a mí. El olor a sal y a ron me inundaba los sentidos, pero la sensación de inquietud era más intensa. La noche prometía ser larga, y sentía que el destino estaba a punto de desenrollar una trama que no tenía nada que ver con el sol, la arena y las risas. La sombra de Sofía se alargaba sobre nuestra mesa, como una amenaza silenciosa. Y yo, atrapado en su red, no sabía si estaba a punto de caer o de encontrar una forma de escapar.

  • La Sombra del Pasado

    El hielo, casi completamente derretido, había dejado un ligero amargor en el whisky. Pedro lo miró, no con desdén, sino con una extraña fascinación. Era como un espejo de su propia confusión, un reflejo de la noche que se cerraba sobre ellos, una noche cargada de preguntas sin respuesta y un temor latente. Marien, notando su mirada absorta, le acercó la copa, un gesto suave que rompió el hechizo de su introspección. ‘¿Te encuentras bien, cariño?’ preguntó, su voz un murmullo cálido que contrastaba con el frío del cristal. ‘¿Es el whisky, o la noche?’

    Pedro sonrió levemente, un gesto que iluminó sus ojos oscuros. ‘Ambas cosas, supongo. A veces, la noche tiene un sabor amargo, y el whisky lo potencia’. Levantó la copa, tomando un sorbo lento, saboreando el sabor y el momento. La tensión, que había estado presente como un fantasma durante las últimas horas, parecía haber disminuido ligeramente, reemplazada por una sensación de calma, casi melancólica.

    De repente, la puerta se abrió con un golpe, revelando a Sofía, parada en el umbral, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos. ‘¡Hola, chicos!’, exclamó, con una energía desbordante que contrastaba con la atmósfera de introspección. ‘¿Qué tal la velada?’, preguntó, con una nota de desafío en su voz. ‘¿Disfrutando de una velada romántica?’

    Pedro sintió un escalofrío, una reacción instintiva a la presencia de Sofía. La miró, buscando en sus ojos la respuesta a su desesperación, y vio un reflejo de su propio miedo, pero también de una profunda y sincera preocupación. Marien, percibiendo su incomodidad, le tomó la mano, ofreciéndole un apoyo silencioso. ‘¿Qué hacéis aquí?’, preguntó, con voz melodiosa, intentando disipar la tensión. ‘¿Disfrutando de una velada romántica?’

    Sofía, sin inmutarse por la pregunta, continuó: ‘No, no, no, claro que no. Estaba pensando… ¿No creéis que Pedro necesita un poco de aire fresco? Que se aleje de este lugar, de este… recuerdos’. Su mirada se posó en Marien, evaluándola con una mirada de desdén. ‘¿No creéis que Pedro necesita un poco de aire fresco?’.

    Pedro sintió un escalofrío, una reacción instintiva a la presencia de Sofía. La miró, buscando en sus ojos la respuesta a su desesperación, y vio un reflejo de su propio miedo, pero también de una profunda y sincera preocupación. La noche, ahora, se sentía como un laberinto, y él, un prisionero de sus propios demonios. Marien, notando su incomodidad, le acercó la copa, ofreciéndole un sorbo de whisky, un gesto de consuelo y apoyo. ‘¿Te encuentras bien, cariño?’ preguntó, su voz un murmullo cálido que contrastaba con el frío del cristal. ‘¿Es el whisky, o la noche?’

  • La Melodía del Silencio

    El hielo, casi completamente derretido, había dejado un ligero amargor en el whisky. Pedro lo miró, no con desdén, sino con una extraña fascinación. Era como un espejo de su propia confusión. Marien, notando su mirada perdida, le acercó la copa, el tacto de sus dedos sobre el cristal un breve choque que lo sacó de su ensimismamiento. ‘¿Pensando en mí, cariño?’, preguntó, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.

    Él sonrió a medias, un gesto que no alcanzaba a disipar la sombra que lo envolvía. ‘Solo… procesando’, murmuró, con la voz apenas audible. ‘Este lugar, esta noche… todo es demasiado intenso.’ Sofía, que había permanecido en silencio observando la escena, intervino con su habitual veneno. ‘Intenso es un eufemismo, Pedro. La tensión es palpable. Como si estuvieras a punto de explotar.’ Su tono era sardónico, cargado de una mezcla de desdén y deseo.

    Marien, que había estado escuchando la conversación, tomó la palabra con firmeza. ‘Sofía, por favor. No alimentes tu paranoia. Pedro necesita tiempo y espacio.’ Pero la mirada de Sofía no vaciló. ‘¿Espacio? ¿O un lugar seguro para que te abandone, como tantos otros?’ Pedro sintió un escalofrío, no por las palabras de Sofía, sino por la verdad que contenían. La sombra del pasado, que había intentado enterrar, se cernía sobre él, amenazando con desmoronar su control.

    ‘¿Qué recuerdas, Sofía?’ preguntó, con un tono que mezclaba exasperación y curiosidad. ‘¿Qué es exactamente lo que te molesta de nuestra relación?’ La respuesta de Sofía fue inmediata y cargada de provocación. ‘Que seas un hombre con un pasado turbio, que se aferra a fantasmas y que, al mismo tiempo, intenta convencer a una mujer de que lo ama.’ Pedro sintió que la sangre le hervía en las venas. La batalla por su alma, que había comenzado silenciosamente, se había intensificado.

    Marien, observando la escalada de tensión, tomó una decisión. ‘Basta’, dijo con voz firme. ‘Esta conversación es improductiva. Vamos a cambiar de tema.’ Pero Sofía, como una sanguijuela, se aferraba a su presa. ‘No, no, no. Quiero saber por qué te escondes, Pedro. ¿Qué tienes que ocultar?’ Pedro, sintiéndose atrapado en una red de mentiras y secretos, tomó una decisión impulsiva. ‘Basta’, dijo con voz grave. ‘Esta noche, no voy a responder a tus preguntas.’

    Marien, al ver su determinación, se acercó a él y le tomó la mano. ‘No te fuerces, Pedro. Relájate. Confía en mí.’ El tacto de sus manos, cálido y reconfortante, lo invadió con una ola de sensaciones. En ese momento, sintió que la corriente eléctrica invisible que lo había estado atormentando se desvanecía. Miró a Marien, buscando en sus ojos la respuesta a su desesperación, y vio un reflejo de su propio miedo, pero también de una profunda y sincera preocupación. La noche, ahora, se sentía menos como un laberinto y más como un refugio. Y él, por primera vez en mucho tiempo, sintió que no estaba solo.

  • El eco del pasado

    El hielo en la copa de Marien, ahora casi derretido, reflejaba la tenue luz de la lámpara, un espejo de la incertidumbre que se cernía sobre Pedro. La tensión, que había estado presente como un fantasma durante las últimas horas, se había intensificado, como si una corriente eléctrica invisible recorriera sus venas. Sofía, como una sombra silenciosa, observaba desde la puerta, su sonrisa contenida un escalofrío que parecía destinado a perturbar la frágil calma que intentaban establecer. ‘¿Estás seguro que todo está bien, cariño?’ preguntó Marien, su voz suave, pero con un matiz de preocupación que le hizo sentir aún más vulnerable. Pedro, sin responder de inmediato, tomó un sorbo de su whisky, el sabor amargo intensificando su malestar. La mirada de Marien, cálida y comprensiva, le transmitió una sensación de seguridad, pero no lograba disipar la creciente sensación de que algo terrible estaba a punto de suceder. Sabía que Sofía no era solo una amenaza superficial; era la manifestación física de todos sus miedos, de las decisiones que había tomado en el pasado, de los secretos que había enterrado con tanta desesperación. El silencio, roto solo por el suave tintineo del hielo, se convirtió en un presagio, una advertencia de que la batalla por su alma estaba a punto de alcanzar su punto álgido. ‘No te preocupes’, respondió finalmente, su voz ronca, ‘solo estoy… pensando.’ Pero la verdad era que no estaba pensando en nada racional, solo en la oscuridad que lo consumía, en la sombra del pasado que lo acechaba, en la amenaza latente de Sofía, y en el miedo paralizante de perder a Marien. Miró a Marien, buscando en sus ojos la respuesta a su desesperación, y vio un reflejo de su propio miedo, pero también de una fuerza inquebrantable, una determinación de luchar contra la oscuridad. ‘Si necesitas hablar’, continuó Marien, acercándose y rozando su mano con la suya, ‘estoy aquí. Siempre.’ La simple presencia de Marien, su tacto, su voz, le proporcionaron un instante de consuelo, pero sabía que el momento de la verdad estaba cerca, que la sombra del pasado pronto volvería a acecharlo, y que la batalla por su alma acababa de comenzar. La puerta se abrió de golpe, y Sofía entró en la habitación, con una sonrisa en los labios y una mirada de triunfo en los ojos. ‘¿Qué hacéis aquí?’, preguntó, con voz melodiosa. ‘¿Disfrutando de una velada romántica?’

  • La Sombra del Pasado

    El tintineo del hielo, ahora más lento, parecía un metrónomo marcando el ritmo de la creciente ansiedad de Pedro. Marien, notando su tensión, le acercó la copa, el frío del cristal contra su piel un recordatorio tangible de su vulnerabilidad. ‘¿Te encuentras bien, cariño?’ preguntó, su voz suave, un bálsamo contra el torbellino de pensamientos que lo atormentaban. Pedro, incapaz de formular una respuesta coherente, solo pudo asentir, el peso de la amenaza de Sofía y su propia lucha interna aplastándolo.

    La noche avanzaba, y con ella, la presión. Sofía, como una serpiente silenciosa, había infiltrado su círculo, sembrando la duda y el resentimiento. Pedro, consciente de su influencia, intentaba mantener la calma, pero la paranoia lo carcomía. Recordaba las palabras de Marien, sus ojos llenos de preocupación, y se sentía aún más culpable por permitir que la tensión lo consumiera.

    De repente, la puerta del ático se abrió con un golpe, revelando a Sofía, radiante y provocadora, como siempre. ‘¡Pedro! ¡Marien! ¡Qué velada tan aburrida!’, exclamó, su voz cargada de ironía. ‘Pensé que aquí encontraría un poco de emoción, pero parece que solo hay silencio y melancolía’. Se acercó a Marien, su mirada cargada de insinuaciones, y le acarició suavemente el brazo. ‘¿No te parece que necesitas un poco de… libertinaje?’

    Pedro sintió un escalofrío recorrerle la espina dorsal. La mirada de Sofía, dirigida directamente a él, era una invitación, un desafío. Sabía que ella estaba jugando con él, disfrutando de su vulnerabilidad. Intentó mantener la compostura, pero la tensión era palpable. ‘Sofía, por favor’, dijo, su voz tensa, ‘no tienes cabida aquí’.

    Marien, notando la intensidad de la situación, tomó la mano de Pedro, apretándola suavemente. ‘Pedro, respira’, le dijo, ‘no dejes que ella te controle’. Su tacto, cálido y reconfortante, lo ayudó a recuperar el equilibrio. Miró a Sofía con desdén, su mirada fija, desafiante. ‘No te preocupes, Sofía, no te voy a dejar hacerte daño’.

    En ese momento, Pedro tuvo una idea. Se acercó a Sofía, con una sonrisa en los labios, y le ofreció un vaso de vino. ‘¿Por qué no te apuntas a un brindis?’ preguntó, con una voz que intentaba disimular su nerviosismo. Sofía aceptó el vaso, y bebió un trago. ‘Gracias’, dijo, ‘por invitarme’. Luego, se volvió hacia Pedro y le susurró al oído: ‘Sabes, Pedro, creo que necesitas un poco de ayuda para superar tus demonios’.

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    Pedro sintió que el corazón le latía con fuerza en el pecho. Sabía que la batalla por su alma acababa de comenzar. Y que, esta vez, la amenaza no solo provenía de Sofía, sino también de su propio interior. La sombra del pasado, que había intentado enterrar, ahora volvía a acecharlo, amenazando con destruirlo. Miró a Marien, buscando en sus ojos la respuesta a su desesperación, y vio un reflejo de su propio miedo. La noche, ahora, se sentía como un laberinto, y él, un prisionero de sus propios demonios.

  • La Sombra del Pasado

    El tintineo del hielo en la copa de Marien era ahora casi hipnótico, un ritmo que parecía contrarrestar la tensión que aún flotaba en el aire. Pedro, sin mirarla, seguía examinando la copa, como si buscara en su transparencia una respuesta a las preguntas que le atormentaban. La noche, a pesar del champán, se sentía frágil, como una burbuja a punto de estallar. La mirada de Marien, intensa y cargada de una mezcla de preocupación y algo que él no podía descifrar, lo atrapó por un instante. Había algo en su expresión que le recordaba a la noche anterior, a la explosión de emociones, al dolor que se escondía tras su fachada de fortaleza. ‘¿Te encuentras bien, Pedro?’, preguntó, su voz suave, casi un susurro.

    Él levantó la vista, encontrándose con sus ojos. ‘Sólo… pensando’, respondió, tratando de disimular la inquietud que sentía. Sabía que debía ser más abierto, que debía confiar en ella, pero la sombra del pasado, la amenaza de Sofía, y sobre todo, su propio miedo, lo mantenían en un estado de constante alerta. La música, que antes había sido un refugio, ahora era un recordatorio de su vulnerabilidad. Se sentía como un animal acorralado, esperando el momento de escapar, pero sabía que no podía huir para siempre. El aroma del champán, que antes había disfrutado con Marien, ahora le parecía un presagio, un símbolo de la perdición que acechaba en cada esquina.

    De repente, la puerta del ático se abrió de golpe, revelando a Sofía, con una sonrisa en los labios que no llegaba a sus ojos. ‘¡Qué sorpresa encontraros aquí!’, exclamó, su voz melosa y cargada de una ironía que hizo que Marien frurrísse. ‘¿Disfrutando de una velada romántica?’, preguntó, con una mirada que parecía diseccionar a Pedro, buscando la debilidad que pudiera explotar. Pedro sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Sabía que Sofía era una amenaza, una fuerza destructiva que podía desmoronar su vida en un instante. Pero también sabía que no podía dejarse paralizar por el miedo. Tenía que enfrentarse a ella, que tenía que proteger a Marien, que tenía que encontrar una forma de recuperar el control de su destino.

    Marien, sin inmutarse, levantó la copa y tomó un sorbo de champán. Su mirada se cruzó con la de Sofía, y en ese instante, ambos se miraron a los ojos. Fue un intercambio de miradas cargado de tensión, de desconfianza, de odio. Fue como si dos depredadores se encontraran en la oscuridad, buscando la mejor forma de atacar. Pedro sintió que el corazón le latía con fuerza en el pecho. Sabía que la batalla por su alma acababa de comenzar. Y que, esta vez, la amenaza no solo provenía de Sofía, sino también de su propio interior. La sombra del pasado, que lo había atormentado durante tanto tiempo, se había vuelto más oscura, más intensa, más peligrosa. Y él sabía que, para sobrevivir, tendría que enfrentarse a ella, que tendría que luchar contra sus propios demonios.

    Pedro tomó una decisión. Se levantó de un salto y se acercó a Sofía, con una determinación que sorprendió incluso a él mismo. ‘Sofía’, dijo, su voz firme y resonante, ‘te advierto: no me metas en problemas’. ‘¿Qué haces aquí?’, preguntó, con voz melodiosa. ‘¿Disfrutando de una velada romántica?’, preguntó, con una mirada que parecía diseccionar a Pedro, buscando la debilidad que pudiera explotar. Pedro sintió que el corazón le latía con fuerza en el pecho. Sabía que la batalla por su alma acababa de comenzar. Y que, esta vez, la amenaza no solo provenía de Sofía, sino también de su propio interior.

  • La Sombra del Pasado

    El silencio del ático, aún cargado de esa amargura que parecía impregnar cada rincón, se rompía ahora con el suave tintineo del hielo en la copa de Marien. Miraba a Pedro, sentado en el suelo, la espalda apoyada contra la pared, como si buscara respuestas en las sombras. La tensión, palpable como un sudor frío, se mezclaba con un deseo urgente de comprender la profundidad de su desesperación. ‘¿Qué es lo que te atormenta, Pedro?’ preguntó, su voz apenas un susurro.

    Pedro no respondió de inmediato. Sus ojos, normalmente intensos y analíticos, estaban nublados por una mezcla de culpa y confusión. ‘No es Sofía’, dijo finalmente, con un dejo de frustración. ‘Sofía es un espejismo, una distracción. La verdadera amenaza… viene de dentro.’ Se pasó una mano por el pelo, un gesto nervioso que Marien conocía demasiado bien. ‘Es el recuerdo de aquella noche’, continuó, ‘la noche en que… la noche que me robó la inocencia.’

    Marien sintió un escalofrío, no solo por el frío del ático, sino por la oscuridad que Pedro intentaba ocultar. Sabía que esa noche, la noche en la que había perdido el control, era la fuente de su tormento. La noche en la que, cegado por el deseo y la embriaguez, había hecho algo que nunca podría perdonarse a sí mismo. ‘No tienes que hablar de eso’, dijo, intentando suavizar la atmósfera. ‘No es necesario revivir el pasado.’

    ‘Es que no puedo evitarlo’, respondió Pedro, con la voz quebrada. ‘Es como si estuviera atrapado en un bucle, reviviendo la misma noche una y otra vez. Y cada vez, la culpa se hace más pesada.’ Se levantó de un salto, caminando de un lado a otro del ático, como un animal herido que busca escapar de su dolor. ‘Necesito… necesito algo que me distraiga’, murmuró, con los ojos fijos en el suelo.

    Marien, observándolo con preocupación, tomó su mano. ‘Ven aquí’, dijo, guiándolo hacia ella. ‘Déjame ayudarte.’ Le acercó la copa de vino a los labios, ofreciéndole un sorbo. ‘Bebe’, dijo. ‘Que el alcohol te calme.’ Pedro aceptó la copa, bebiendo un largo trago. El alcohol quemó su garganta, pero también pareció aliviar un poco su tensión. Miró a Marien a los ojos, buscando consuelo en su mirada.

    ‘¿Crees que puedo perdonarme?’ preguntó, con la voz temblorosa. ‘¿Crees que puedo superar este fantasma?’

    Marien apretó su mano con fuerza. ‘Siempre’, respondió, con sinceridad. ‘Siempre te perdonaré. Pero no puedes esconderte de tu pasado. Tienes que enfrentarlo. Tienes que dejar que la luz entre.’ Se acercó a él, acariciándole suavemente el rostro con la yema de los dedos. ‘Y yo estaré aquí’, añadió, ‘siempre.’

    De repente, un golpe resonó en la puerta del ático. Ambos se sobresaltaron. Era Sofía, con una sonrisa en los labios y un brillo de desafío en los ojos. ‘¿Qué hacéis aquí?’ preguntó, con voz melodiosa. ‘¿Disfrutando de una velada romántica?’

  • El Eco de la Noche

    El silencio del ático, ya no era simplemente denso, sino cargado de una amargura que se podía casi tocar. Marien, con el vaso de vino casi vacío, lo miraba con una intensidad que le hacía sentir como si estuviera bajo un examen. Pedro, en cambio, estaba sentado en el suelo, con la espalda apoyada en la pared, como si intentara desaparecer. La tensión, que había crecido como una enredadera venenosa en los capítulos anteriores, ahora se había enquistado, impidiendo cualquier intento de diálogo. El eco de la música de la noche anterior, mezclado con el olor persistente del champán, era un recordatorio constante de su error, una herida abierta que se negaba a cicatrizar. La mirada de Marien, fría y analítica, lo desarmaba. No era una acusación directa, pero la implícita era palpable: ‘¿Qué has hecho?’

    Pedro se levantó lentamente, con la espalda encorvada, como si estuviera intentando evitar el contacto visual. ‘No he hecho nada,’ respondió, con un tono que sonaba más a negación que a defensa. ‘Simplemente… estaba pensando.’ Marien no respondió inmediatamente. Se limitó a observar, con la mirada fija en el suelo, como si estuviera buscando alguna pista, alguna evidencia de su error. La frustración, que había estado acumulándose durante horas, comenzó a burbujear en su interior. ‘No me haces caso,’ dijo finalmente, con un tono de voz que parecía más áspero de lo habitual. ‘Parece que no te importa lo que siento.’

    De repente, la puerta se abrió con un golpe, revelando a Sofía, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos. ‘¡Qué ambiente más interesante!’ exclamó, como si nada hubiera pasado. ‘¿Estáis teniendo una discusión? ¡Qué divertido!’ Su presencia, como un escalofrío, hizo que Pedro y Marien se sintieran aún más incómodos. ‘No os pongáis a los nervios,’ añadió, acercándose a Pedro. ‘La vida es demasiado corta para los dramas.’ La ironía de sus palabras, mezclada con su evidente interés, era una provocación. Pedro, que hasta entonces había estado evitando el contacto visual con Marien, se giró para mirarla. ‘No te interesa,’ dijo, con un tono de voz que denotaba desconfianza. ‘Al contrario, te evito.’

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    Marien, que hasta entonces había permanecido en silencio, se levantó de un salto. ‘¡Basta!’ exclamó, con un tono de voz que sorprendió a Pedro. ‘No voy a permitir que tú y Sofía nos manipuleéis.’ Se acercó a Sofía, con una mirada de desprecio. ‘No tenéis idea de lo que estamos pasando.’ Se giró hacia Pedro, con una expresión de determinación. ‘No voy a permitir que nos destruyais.’ La tensión en el ático se hizo aún más palpable, como una cuerda a punto de romperse. Pedro, que había estado intentando mantener la calma, sintió que la frustración lo invadía. ‘¿Qué quieres que haga?’ preguntó, con un tono de voz que denotaba desesperación. Marien, que había estado observando la escena con atención, se acercó a él, con una expresión de preocupación. ‘No te preocupes,’ dijo, tomando su mano. ‘Todo va a estar bien.’ La calidez de su tacto, mezclada con su mirada de apoyo, lo reconfortó. Pero Pedro sabía que la batalla por su alma acababa de comenzar. Y que, esta vez, la amenaza no solo provenía de Sofía, sino también de su propio interior.