El sol, ya más bajo en el horizonte, pintaba de naranja y púrpura el agua de la Costa Brava, un espectáculo que, en circunstancias normales, habría calmado la inquietud de Pedro. Pero la mirada de Sofía, persistente y cargada de una promesa sutil, lo mantenía en un estado de tensión constante. La conversación con Marien, que había terminado hacía apenas media hora, parecía ahora un recuerdo borroso, como una melodía que se desvanece en la distancia. Marien, con su habitual energía, se había ido a buscar unas cervezas con sus amigas, dejando a Pedro solo, sintiéndose como un pez fuera del agua, atrapado en la red de la tentación que Sofía tejía a su alrededor.
Pedro sabía que Sofía no era una mujer fácil. Su belleza era un arma, su inteligencia una daga, y su mirada, un espejo que reflejaba sus propios deseos más oscuros. Había notado la forma en que se acercaba a él, con una mezcla de curiosidad y desafío, como si estuviera probando sus límites. Y, para su horror, estaba funcionando. El recuerdo de sufre de TDAH le provocaba una sensación de urgencia, de que debía actuar, de que debía controlar la situación, pero cada vez que intentaba tomar el control, se sentía más perdido y vulnerable.
“¿Qué te trae por aquí, Sofía?”, preguntó Pedro, intentando mantener un tono casual, aunque su voz temblaba ligeramente. “No esperaba verte.”
“Simplemente disfrutando de la vista”, respondió Sofía, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos. “Y, hablando del tema, he oído que eres un tipo muy inteligente. Un poco de conversación podría ser interesante.” Se acercó un poco más, y Pedro sintió el calor de su cuerpo, el aroma de su perfume, una mezcla embriagadora de vainilla y sal marina.
“¿Qué clase de inteligencia?”, preguntó Pedro, sintiendo que la situación se volvía cada vez más peligrosa. Sabía que Sofía estaba jugando con él, probando su resistencia, pero no podía negar que la atracción física que sentía era real, y que la tentación de ceder a sus deseos era cada vez más fuerte.
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“La inteligencia que sabe cómo apreciar las cosas buenas de la vida”, respondió Sofía, con una mirada que lo perforaba. “La inteligencia que no tiene miedo de romper las reglas.” Se inclinó hacia él, y sus labios estuvieron a punto de rozarse. Pedro sintió un escalofrío, una mezcla de miedo y excitación.
“No creo que sea una buena idea, Sofía”, dijo Pedro, intentando mantener el control. “No quiero tener problemas.”
“¿Por qué no?”, preguntó Sofía, con una sonrisa enigmática. “¿Tienes miedo de que yo te haga feliz?”
En ese momento, Marien regresó, con las amigas de Pedro, y la tensión en el aire se hizo aún más palpable. Pedro sabía que tenía que tomar una decisión, y que el tiempo se acababa. La pregunta era: ¿Sería capaz de resistir la tentación de Sofía, o sucumbiría a la oscuridad que se avecinaba?
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