El silencio del ático, aún cargado de esa amargura que parecía impregnar cada rincón, se rompía ahora con el suave tintineo del hielo en la copa de Marien. Miraba a Pedro, sentado en el suelo, la espalda apoyada contra la pared, como si buscara respuestas en las sombras. La tensión, palpable como un sudor frío, se mezclaba con un deseo urgente de comprender la profundidad de su desesperación. ‘¿Qué es lo que te atormenta, Pedro?’ preguntó, su voz apenas un susurro.
Pedro no respondió de inmediato. Sus ojos, normalmente intensos y analíticos, estaban nublados por una mezcla de culpa y confusión. ‘No es Sofía’, dijo finalmente, con un dejo de frustración. ‘Sofía es un espejismo, una distracción. La verdadera amenaza… viene de dentro.’ Se pasó una mano por el pelo, un gesto nervioso que Marien conocía demasiado bien. ‘Es el recuerdo de aquella noche’, continuó, ‘la noche en que… la noche que me robó la inocencia.’
Marien sintió un escalofrío, no solo por el frío del ático, sino por la oscuridad que Pedro intentaba ocultar. Sabía que esa noche, la noche en la que había perdido el control, era la fuente de su tormento. La noche en la que, cegado por el deseo y la embriaguez, había hecho algo que nunca podría perdonarse a sí mismo. ‘No tienes que hablar de eso’, dijo, intentando suavizar la atmósfera. ‘No es necesario revivir el pasado.’
‘Es que no puedo evitarlo’, respondió Pedro, con la voz quebrada. ‘Es como si estuviera atrapado en un bucle, reviviendo la misma noche una y otra vez. Y cada vez, la culpa se hace más pesada.’ Se levantó de un salto, caminando de un lado a otro del ático, como un animal herido que busca escapar de su dolor. ‘Necesito… necesito algo que me distraiga’, murmuró, con los ojos fijos en el suelo.
Marien, observándolo con preocupación, tomó su mano. ‘Ven aquí’, dijo, guiándolo hacia ella. ‘Déjame ayudarte.’ Le acercó la copa de vino a los labios, ofreciéndole un sorbo. ‘Bebe’, dijo. ‘Que el alcohol te calme.’ Pedro aceptó la copa, bebiendo un largo trago. El alcohol quemó su garganta, pero también pareció aliviar un poco su tensión. Miró a Marien a los ojos, buscando consuelo en su mirada.
‘¿Crees que puedo perdonarme?’ preguntó, con la voz temblorosa. ‘¿Crees que puedo superar este fantasma?’
Marien apretó su mano con fuerza. ‘Siempre’, respondió, con sinceridad. ‘Siempre te perdonaré. Pero no puedes esconderte de tu pasado. Tienes que enfrentarlo. Tienes que dejar que la luz entre.’ Se acercó a él, acariciándole suavemente el rostro con la yema de los dedos. ‘Y yo estaré aquí’, añadió, ‘siempre.’
De repente, un golpe resonó en la puerta del ático. Ambos se sobresaltaron. Era Sofía, con una sonrisa en los labios y un brillo de desafío en los ojos. ‘¿Qué hacéis aquí?’ preguntó, con voz melodiosa. ‘¿Disfrutando de una velada romántica?’
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