La Sombra del Pasado

El tintineo del hielo, ahora más lento, parecía un metrónomo marcando el ritmo de la creciente ansiedad de Pedro. Marien, notando su tensión, le acercó la copa, el frío del cristal contra su piel un recordatorio tangible de su vulnerabilidad. ‘¿Te encuentras bien, cariño?’ preguntó, su voz suave, un bálsamo contra el torbellino de pensamientos que lo atormentaban. Pedro, incapaz de formular una respuesta coherente, solo pudo asentir, el peso de la amenaza de Sofía y su propia lucha interna aplastándolo.

La noche avanzaba, y con ella, la presión. Sofía, como una serpiente silenciosa, había infiltrado su círculo, sembrando la duda y el resentimiento. Pedro, consciente de su influencia, intentaba mantener la calma, pero la paranoia lo carcomía. Recordaba las palabras de Marien, sus ojos llenos de preocupación, y se sentía aún más culpable por permitir que la tensión lo consumiera.

De repente, la puerta del ático se abrió con un golpe, revelando a Sofía, radiante y provocadora, como siempre. ‘¡Pedro! ¡Marien! ¡Qué velada tan aburrida!’, exclamó, su voz cargada de ironía. ‘Pensé que aquí encontraría un poco de emoción, pero parece que solo hay silencio y melancolía’. Se acercó a Marien, su mirada cargada de insinuaciones, y le acarició suavemente el brazo. ‘¿No te parece que necesitas un poco de… libertinaje?’

Pedro sintió un escalofrío recorrerle la espina dorsal. La mirada de Sofía, dirigida directamente a él, era una invitación, un desafío. Sabía que ella estaba jugando con él, disfrutando de su vulnerabilidad. Intentó mantener la compostura, pero la tensión era palpable. ‘Sofía, por favor’, dijo, su voz tensa, ‘no tienes cabida aquí’.

Marien, notando la intensidad de la situación, tomó la mano de Pedro, apretándola suavemente. ‘Pedro, respira’, le dijo, ‘no dejes que ella te controle’. Su tacto, cálido y reconfortante, lo ayudó a recuperar el equilibrio. Miró a Sofía con desdén, su mirada fija, desafiante. ‘No te preocupes, Sofía, no te voy a dejar hacerte daño’.

En ese momento, Pedro tuvo una idea. Se acercó a Sofía, con una sonrisa en los labios, y le ofreció un vaso de vino. ‘¿Por qué no te apuntas a un brindis?’ preguntó, con una voz que intentaba disimular su nerviosismo. Sofía aceptó el vaso, y bebió un trago. ‘Gracias’, dijo, ‘por invitarme’. Luego, se volvió hacia Pedro y le susurró al oído: ‘Sabes, Pedro, creo que necesitas un poco de ayuda para superar tus demonios’.

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Pedro sintió que el corazón le latía con fuerza en el pecho. Sabía que la batalla por su alma acababa de comenzar. Y que, esta vez, la amenaza no solo provenía de Sofía, sino también de su propio interior. La sombra del pasado, que había intentado enterrar, ahora volvía a acecharlo, amenazando con destruirlo. Miró a Marien, buscando en sus ojos la respuesta a su desesperación, y vio un reflejo de su propio miedo. La noche, ahora, se sentía como un laberinto, y él, un prisionero de sus propios demonios.


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