El hielo en la copa de Marien, ahora casi derretido, reflejaba la tenue luz de la lámpara, un espejo de la incertidumbre que se cernía sobre Pedro. La tensión, que había estado presente como un fantasma durante las últimas horas, se había intensificado, como si una corriente eléctrica invisible recorriera sus venas. Sofía, como una sombra silenciosa, observaba desde la puerta, su sonrisa contenida un escalofrío que parecía destinado a perturbar la frágil calma que intentaban establecer. ‘¿Estás seguro que todo está bien, cariño?’ preguntó Marien, su voz suave, pero con un matiz de preocupación que le hizo sentir aún más vulnerable. Pedro, sin responder de inmediato, tomó un sorbo de su whisky, el sabor amargo intensificando su malestar. La mirada de Marien, cálida y comprensiva, le transmitió una sensación de seguridad, pero no lograba disipar la creciente sensación de que algo terrible estaba a punto de suceder. Sabía que Sofía no era solo una amenaza superficial; era la manifestación física de todos sus miedos, de las decisiones que había tomado en el pasado, de los secretos que había enterrado con tanta desesperación. El silencio, roto solo por el suave tintineo del hielo, se convirtió en un presagio, una advertencia de que la batalla por su alma estaba a punto de alcanzar su punto álgido. ‘No te preocupes’, respondió finalmente, su voz ronca, ‘solo estoy… pensando.’ Pero la verdad era que no estaba pensando en nada racional, solo en la oscuridad que lo consumía, en la sombra del pasado que lo acechaba, en la amenaza latente de Sofía, y en el miedo paralizante de perder a Marien. Miró a Marien, buscando en sus ojos la respuesta a su desesperación, y vio un reflejo de su propio miedo, pero también de una fuerza inquebrantable, una determinación de luchar contra la oscuridad. ‘Si necesitas hablar’, continuó Marien, acercándose y rozando su mano con la suya, ‘estoy aquí. Siempre.’ La simple presencia de Marien, su tacto, su voz, le proporcionaron un instante de consuelo, pero sabía que el momento de la verdad estaba cerca, que la sombra del pasado pronto volvería a acecharlo, y que la batalla por su alma acababa de comenzar. La puerta se abrió de golpe, y Sofía entró en la habitación, con una sonrisa en los labios y una mirada de triunfo en los ojos. ‘¿Qué hacéis aquí?’, preguntó, con voz melodiosa. ‘¿Disfrutando de una velada romántica?’
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