El ron, ya casi agrio, me quemaba la garganta, un reflejo quizás de la tensión que se había instalado entre Marien y yo. Sofía, sentada a una mesa cercana, me observaba con una sonrisa que no llegaba a sus ojos. Era una sonrisa fría, calculadora, como el acero pulido. Me costaba creer que alguien pudiera disfrutar tanto del caos, pero ella, aparentemente, era una experta en ello. ‘¿Sabes?’, dijo, su voz suave pero con un deje de ironía, ‘a veces, la rutina es una jaula dorada’. La frase, tan provocadora, me golpeó como un jarro de agua fría. Marien, que hasta entonces había mantenido una expresión de indiferencia, ahora me miraba con una mezcla de exasperación y… ¿alegría? No podía descifrarla.
Intenté romper el silencio, ofreciendo un trago de ron a Sofía. ‘¿Y qué es lo que necesitas, exactamente?’, pregunté, tratando de mantener la calma. ‘¿Un poco de caos?’, replicó, con una sonrisa aún más enigmática. ‘No, Pedro, necesitas una experiencia. Alguien que te haga cuestionar todo lo que crees saber. Alguien que te haga sentir… vivo’. Su mirada se clavó en la mía, y por un instante, sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo. Era como si me estuviera leyendo el alma.
Marien, que hasta entonces había mantenido una expresión de indiferencia, ahora me miraba con una mezcla de exasperación y… ¿alegría? No podía descifrarla. ‘¿De verdad crees que esto es divertido, Sofía?’, pregunté, intentando disimular mi incomodidad. ‘¿O simplemente estás disfrutando de nuestra desorientación?’ ‘La desorientación es un buen comienzo’, respondió, con una sonrisa que parecía más una amenaza que una invitación. ‘Y tú, Pedro, eres un blanco fácil. Un hombre inteligente, pero con una vida demasiado predecible. Necesitas un empujón. Un cambio de escenario’.
La conversación, que hasta entonces había sido un juego de miradas y silencios, se había convertido en un enfrentamiento directo. Sentía que Sofía estaba jugando con mis nervios, tratando de hacerme dudar de mi propio juicio. Y, para mi sorpresa, estaba empezando a creerle. La sensación de estar atrapado en una red de intrigas se intensificaba con cada palabra que pronunciaba. La sombra de Sofía se alargaba sobre nuestra mesa, como una amenaza silenciosa. Y yo, atrapado en su red, no sabía si estaba a punto de caer o de encontrar una forma de escapar.
Marien, que hasta entonces había mantenido una expresión de indiferencia, ahora me miraba con una mezcla de exasperación y… ¿alegría? No podía descifrarla. ‘¿De verdad crees que esto es divertido, Sofía?’, pregunté, intentando disimular mi incomodidad. ‘¿O simplemente estás disfrutando de nuestra desorientación?’ ‘¿Sabes?’, dijo, su voz suave pero con un deje de ironía, ‘a veces, la rutina es una jaula dorada’. La frase, tan provocadora, me golpeó como un jarro de agua fría. Marien, que hasta entonces había mantenido una expresión de indiferencia, ahora me miraba con una mezcla de exasperación y… ¿alegría? No podía descifrarla.
Deja una respuesta