El sol golpeaba implacable la arena dorada de la Costa Brava, un latido constante que se mezclaba con el tintineo de las copas de champán. El Beach Club, «La Sirena», era un hervidero de cuerpos bronceados y risas estridentes, pero para Pedro, era un campo minado de miradas y sonrisas que no entendía. Marien, con su pelo rubio oscuro recogido en un moño despeinado y un vestido de seda color turquesa, irradiaba confianza y alegría, como siempre. La verdad era que él, un especialista en ciberseguridad con un pasado en hackeo ético y una extraña aversión a los espacios públicos, se sentía incómodo, como un intruso en su felicidad.
Entonces la vio: Sofía. Una explosión de pelo rubio platino, ojos verde esmeralda y una sonrisa que prometía problemas. Llegó como un torbellino, desarmando las conversaciones y robando la atención de todos. Su presencia era un desequilibrio, una nota disonante en la melodía de la noche. Pedro notó la forma en que sus ojos se posaban en Marien, en la forma en que su sonrisa parecía estar dirigida directamente a él, una invitación silenciosa a un juego peligroso.
«¿Qué haces aquí, Sofía?», preguntó Marien, su voz cargada de curiosidad y un toque de desafío. Sofía respondió con una risa suave y evasiva, «Solo estoy disfrutando de la noche, Marien. ¿No es así?» Su mirada, sin embargo, permanecía fija en Pedro, como si estuviera analizando cada uno de sus movimientos, cada uno de sus pensamientos.
«Pedro es un amigo de mi jefe», explicó Sofía, tratando de mantener la conversación en un tono casual. Pero la verdad era que Pedro, con su mirada intensa y su silencio incómodo, parecía un muro infranqueable. Sofía, sin embargo, no se desanimó. Continuó acercándose a él, sus palabras cargadas de insinuaciones y juegos de palabras. «¿Sabes?», dijo, inclinándose hacia él, «A veces, las conexiones más intensas se hacen en los lugares más inesperados.»
Pedro sintió un escalofrío recorrerle la espina dorsal. La proximidad de Sofía era una agresión, una invasión de su espacio personal. Intentó mantener la distancia, pero Sofía parecía tener una habilidad innata para acercarse, para encontrar la brecha en su armadura emocional. La tensión entre ellos era palpable, como una corriente eléctrica que amenazaba con sobrecargarlo.
«¿Sabes?», continuó Sofía, su voz ahora más suave y seductora, «El silencio puede ser tan revelador como las palabras. A veces, las miradas dicen más que mil disculas.» Se acercó aún más, su aliento cálido rozándole la oreja. Pedro sintió un deseo repentino de alejarse, de escapar de la atracción magnética que Sofía ejercía sobre él. Pero algo lo mantenía paralizado, una mezcla de curiosidad, peligro y una extraña necesidad de saber más.
Marien, observando la escena con una mezcla de diversión y preocupación, intervino. «Pedro, ¿no crees que deberíamos irnos?», preguntó, su voz suave pero firme. «Esta chica está creando una atmósfera muy incómoda.»
Pedro, sin embargo, permaneció en silencio, sus ojos fijos en Sofía. Su mirada era intensa, desafiante. «Quizás», respondió finalmente, su voz apenas audible, «Quizás la incomodidad es precisamente lo que estamos buscando.» La sonrisa de Sofía se ensanchó, revelando una mirada que prometía un juego aún más peligroso. En ese instante, Pedro supo que su vida, tal como la conocía, había cambiado para siempre. El eco de la arena, el sol implacable y la mirada de Sofía, lo habían arrastrado a un abismo de deseo y peligro. La pregunta ahora era: ¿Sería capaz de resistirse a la tentación, o sucumbiría a la oscuridad?
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