El silencio del ático, ya no era simplemente denso, sino cargado de una amargura que se podía casi tocar. Marien, con el vaso de vino casi vacío, lo miraba con una intensidad que le hacía sentir como si estuviera bajo un examen. Pedro, en cambio, estaba sentado en el suelo, con la espalda apoyada en la pared, como si intentara desaparecer. La tensión, que había crecido como una enredadera venenosa en los capítulos anteriores, ahora se había enquistado, impidiendo cualquier intento de diálogo. El eco de la música de la noche anterior, mezclado con el olor persistente del champán, era un recordatorio constante de su error, una herida abierta que se negaba a cicatrizar. La mirada de Marien, fría y analítica, lo desarmaba. No era una acusación directa, pero la implícita era palpable: ‘¿Qué has hecho?’
Pedro se levantó lentamente, con la espalda encorvada, como si estuviera intentando evitar el contacto visual. ‘No he hecho nada,’ respondió, con un tono que sonaba más a negación que a defensa. ‘Simplemente… estaba pensando.’ Marien no respondió inmediatamente. Se limitó a observar, con la mirada fija en el suelo, como si estuviera buscando alguna pista, alguna evidencia de su error. La frustración, que había estado acumulándose durante horas, comenzó a burbujear en su interior. ‘No me haces caso,’ dijo finalmente, con un tono de voz que parecía más áspero de lo habitual. ‘Parece que no te importa lo que siento.’
De repente, la puerta se abrió con un golpe, revelando a Sofía, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos. ‘¡Qué ambiente más interesante!’ exclamó, como si nada hubiera pasado. ‘¿Estáis teniendo una discusión? ¡Qué divertido!’ Su presencia, como un escalofrío, hizo que Pedro y Marien se sintieran aún más incómodos. ‘No os pongáis a los nervios,’ añadió, acercándose a Pedro. ‘La vida es demasiado corta para los dramas.’ La ironía de sus palabras, mezclada con su evidente interés, era una provocación. Pedro, que hasta entonces había estado evitando el contacto visual con Marien, se giró para mirarla. ‘No te interesa,’ dijo, con un tono de voz que denotaba desconfianza. ‘Al contrario, te evito.’
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Marien, que hasta entonces había permanecido en silencio, se levantó de un salto. ‘¡Basta!’ exclamó, con un tono de voz que sorprendió a Pedro. ‘No voy a permitir que tú y Sofía nos manipuleéis.’ Se acercó a Sofía, con una mirada de desprecio. ‘No tenéis idea de lo que estamos pasando.’ Se giró hacia Pedro, con una expresión de determinación. ‘No voy a permitir que nos destruyais.’ La tensión en el ático se hizo aún más palpable, como una cuerda a punto de romperse. Pedro, que había estado intentando mantener la calma, sintió que la frustración lo invadía. ‘¿Qué quieres que haga?’ preguntó, con un tono de voz que denotaba desesperación. Marien, que había estado observando la escena con atención, se acercó a él, con una expresión de preocupación. ‘No te preocupes,’ dijo, tomando su mano. ‘Todo va a estar bien.’ La calidez de su tacto, mezclada con su mirada de apoyo, lo reconfortó. Pero Pedro sabía que la batalla por su alma acababa de comenzar. Y que, esta vez, la amenaza no solo provenía de Sofía, sino también de su propio interior.
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