La Melodía del Silencio

El hielo, casi completamente derretido, había dejado un ligero amargor en el whisky. Pedro lo miró, no con desdén, sino con una extraña fascinación. Era como un espejo de su propia confusión. Marien, notando su mirada perdida, le acercó la copa, el tacto de sus dedos sobre el cristal un breve choque que lo sacó de su ensimismamiento. ‘¿Pensando en mí, cariño?’, preguntó, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.

Él sonrió a medias, un gesto que no alcanzaba a disipar la sombra que lo envolvía. ‘Solo… procesando’, murmuró, con la voz apenas audible. ‘Este lugar, esta noche… todo es demasiado intenso.’ Sofía, que había permanecido en silencio observando la escena, intervino con su habitual veneno. ‘Intenso es un eufemismo, Pedro. La tensión es palpable. Como si estuvieras a punto de explotar.’ Su tono era sardónico, cargado de una mezcla de desdén y deseo.

Marien, que había estado escuchando la conversación, tomó la palabra con firmeza. ‘Sofía, por favor. No alimentes tu paranoia. Pedro necesita tiempo y espacio.’ Pero la mirada de Sofía no vaciló. ‘¿Espacio? ¿O un lugar seguro para que te abandone, como tantos otros?’ Pedro sintió un escalofrío, no por las palabras de Sofía, sino por la verdad que contenían. La sombra del pasado, que había intentado enterrar, se cernía sobre él, amenazando con desmoronar su control.

‘¿Qué recuerdas, Sofía?’ preguntó, con un tono que mezclaba exasperación y curiosidad. ‘¿Qué es exactamente lo que te molesta de nuestra relación?’ La respuesta de Sofía fue inmediata y cargada de provocación. ‘Que seas un hombre con un pasado turbio, que se aferra a fantasmas y que, al mismo tiempo, intenta convencer a una mujer de que lo ama.’ Pedro sintió que la sangre le hervía en las venas. La batalla por su alma, que había comenzado silenciosamente, se había intensificado.

Marien, observando la escalada de tensión, tomó una decisión. ‘Basta’, dijo con voz firme. ‘Esta conversación es improductiva. Vamos a cambiar de tema.’ Pero Sofía, como una sanguijuela, se aferraba a su presa. ‘No, no, no. Quiero saber por qué te escondes, Pedro. ¿Qué tienes que ocultar?’ Pedro, sintiéndose atrapado en una red de mentiras y secretos, tomó una decisión impulsiva. ‘Basta’, dijo con voz grave. ‘Esta noche, no voy a responder a tus preguntas.’

Marien, al ver su determinación, se acercó a él y le tomó la mano. ‘No te fuerces, Pedro. Relájate. Confía en mí.’ El tacto de sus manos, cálido y reconfortante, lo invadió con una ola de sensaciones. En ese momento, sintió que la corriente eléctrica invisible que lo había estado atormentando se desvanecía. Miró a Marien, buscando en sus ojos la respuesta a su desesperación, y vio un reflejo de su propio miedo, pero también de una profunda y sincera preocupación. La noche, ahora, se sentía menos como un laberinto y más como un refugio. Y él, por primera vez en mucho tiempo, sintió que no estaba solo.


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